Fue le más pequeño de la camada y su madre lo abandonó. Ella lo adoptó y se convirtió en un perrazo de 36 kilos, muy amoroso y cariñoso.
Su dueña adoptó a dos gatitos abandonados y el perro se convirtió en una “madre”. No los perdía de vista. Parecía que recordaba lo mal que se sintió cuándo su madre lo abandonó.
Jugaba con ellos, les enseño a comer del cuenco y a beber agua también. Cuando ya se valían por ellos mismos fueron a una casa de acogida.
Cuando regreso a casa sin los gatos, se quedó triste, aunque a los pocos días recibió una camada nueva. El perrazo volvió a ser feliz con sus bebes gatunos.