No sabían lo que era sentirse queridos, y aquella mujer se propuso salvarlos. Ella y su marido corrieron para llegar al refugio y por poco no llegan a tiempo.
Sabían que tenían que criar a estos dos perros sin separarlos. Llenaron los documentos y metieron a los perros en el coche.
El macho se llamaba Louis y su hermana Bridget. Se protegían mutuamente. En cuanto llegaron a casa se acurrucaron en el sofá y se quedaron dormidos, siempre habían estado en el duro asfalto.
Poco a poco fueron cogiendo confianza y jugaban con los otros perros que tenía. Los papas adoptivos estaban seguros de que les encontrarían una buena casa para que fuesen felices y así fue. Se lo merecían.