El artículo supremacista de Wilaweb: “¡¡Hay que negar la condición de catalanes a las fuerzas de ocupación!!”

"Los patriotas deben romper el encantamiento con que los somete la propaganda y negar la condición de catalanes a los que no son sino tropas de ocupación". Así se explica el separatismo.

El artículo supremacista de Wilaweb: “¡¡Hay que negar la condición de catalanes a las fuerzas de ocupación!!”
El artículo supremacista de Wilaweb: “¡¡Hay que negar la condición de catalanes a las fuerzas de ocupación!!”

Un artículo aparecido en el medio separatista Vilaweb, órgano propagandístico de los presos golpistas, reafirma el carácter supremacista del independentismo catalán repartiendo carnets de buenos y malos catalanes en función de su adscripción al movimiento separatista.

"El verano de 1941, con Francia ocupada por los alemanes, Jean Bruller escribió Le silence de la mer. La publicó secretamente bajo el seudónimo de Vercors y enseguida se convirtió en un referente de la resistencia. El argumento es muy sencillo, como todas las cosas mordidas por la urgencia. Un hombre de edad avanzada y su sobrina se encuentran obligados a hospedar un oficial alemán. Este hombre, compositor a la vida civil, trata los huéspedes con perfecta corrección. Sabe que su presencia es forzada, pero los habla ingenuamente de la hermandad entre los dos países, víctima crédula de la propaganda nazi. Pero por más que se esfuerce en parecer gentil y aunque lo sea objetivamente, no consigue arrancar ninguna palabra de sus huéspedes. Estos, practicando lo que hoy se denomina resistencia pasiva, hacen del silencio un argumento insuperable y eventualmente insoportable contra el invasor.

"Tropas de ocupación"

Bruller era un patriota, y este concepto hoy tiene muy poca aceptación popular y nada de recorrido entre los políticos, que lo fían todo al diálogo con quien no quiere escuchar. O, a lo sumo, con alguien que escucharía de buen grado sin entender nada, como el exquisito oficial de la novela. Que, por cierto, acaba dándose cuenta de la conducta real de los suyos y considerando insostenible su posición. Entonces pide el traslado en el frente del este, y se despide de los huéspedes diciéndoles que se va al infierno. De ocupantes tan nobles, Cataluña no ha conocido a ninguno. La liberación no le vendrá del remordimiento de quienes, provenientes de fuera, pasean el uniforme de su estado dando órdenes mientras acusan a los de casa de dividirla. Va siendo hora, pues, que los patriotas, si los hay, osen romper el encantamiento con que los somete la propaganda y nieguen la condición de catalanes a los que no son sino tropas de ocupación. Vivir en un mismo territorio, como compartir una historia, no equivale a hermandad. Como advertía el añorado y siempre incisivo Manuel Vázquez Montalbán, catalanes y españoles tienen una historia en común, ciertamente, pero la historia no es igual vista del un lado de los cañones que de la otra. ¿O es que ya no sabemos distinguir entre inmigración y empleo?

Demostrar al "ocupante" que no está en su casa

La situación es peor que la de familia de la novela, pues, consciente de un deber básico de la civilidad, el oficial alemán esforzaba en hablar el idioma de sus huéspedes. Pero muchos catalanes tienen aluminosis en la viga de la espalda y se deshacen para demostrar al ocupante que está en su casa.

Los hay que, con una superioridad moral a la medida de su abyección, hacen ver que creen que el alemán es propio del país. Quiero decir, claro, el alemán de Valladolid. Si los catalanes estamos donde estamos lingüísticamente y políticamente -una cosa va con la otra- es porque nos esforzamos a hablar como el invasor y así hemos desaprendido la lengua propia, que es lo que hace elocuente el silencio. Creemos que congraciarse a ellos olvidará quiénes somos y quién es él, y en todo caso ya haremos por manera de olvidarlo nosotros.

"Levantar un muro de silencio"

La peor debilidad, la gran maldición catalana, es el miedo de desagradar. Sobre todo desagradar a quienes han mostrado alguna señal de poder, aunque sea el de imponer su idioma. ¡Tan sencillo y tan eficaz como sería de levantar un muro de silencio! Estos días hemos leído palabras admirativas sobre la lección de dignidad de los presos en el congreso. Para la heroicidad de prometer sus cargos por la República y cosas parecidas. Y por haberlo hecho en catalán, para más irritación del fascismo. Todos menos Junqueras. Pero este gesto de imponente fuerza simbólica se estrella cuando se acercaron a saludar como buenas personas al carcelero jefe. Aunque los micrófonos no lo captaron, es poco dudoso que se dirigieran en alemán. ¿De qué sirve entonces hacer un gesto público de resistencia si no se aguanta ni un minuto? Los personajes de Vercors no hacen ninguna declaración simbólica ante un país admirativo. La resistencia se lleva hasta la intimidad, sin más testigo que uno mismo y el enemigo, y se sostiene cada día a pesar de la tirantez en la convivencia y los obstáculos para los asuntos de costumbre. Francia se salva en este gesto, con este silencio.

Los besos de la polémica

Rull y Turull evidenciaron un verdadero corazón besándose con Inés Arrimadas. ¡Qué lección de alteza y de cortesía superando por elevación moral la animosidad de la política! No menos noble, sin duda, que la hermandad entre países rivales ponderada por el oficial alemán mientras sus camaradas fusilaban partisanos y tomaban rehenes. Yo no sé qué pensarán, de esta bondad, quienes durante más de un año han soportado ataques de las guerrillas de esa misma señora porque llevaban los lazos que los reivindicaban a ellos, las víctimas señaladas del odio que nos engloba a todos. ¿Tienen el derecho las víctimas, cuando actúan en representación de un pueblo manchado de amarillo, de sellar una hermandad impúdica con los opresores que persiguen incluso el color de la memoria? Para más catárticos que los resultasen personalmente, aquellos besos ofenden el decoro del independentismo. En este punto, el texto que me viene a la memoria es Cartas a un amigo alemán de Albert Camus, de una claridad meridiana.

"Tenemos que hablar", "no te preocupes..."

 

Yendo aún más lejos en la subordinación, Junqueras se detuvo ante Sánchez para decirle que tenían que hablar, mientras el oficial alemán, sorprendido por el suplicatorio, le respondía que no se preocupara. ¿Por qué tenía que preocuparse, efectivamente, si ya pensaba en ahuyentarlo del parlamento para no tener que oírlo? Ser rehén y a la vez resistente es muy difícil.

Como es de difícil predecir si el Tribunal Europeo de Derechos Humanos revertirá maniobras tan evidentes de una política de empleo que tiene en su favor la coquina de los ocupados. Lo único seguro es que fiar la redención política a cargarse de razones ante Europa es una fantasía. Los catalanes tienen razón, muchísima razón, una avalancha de razones, pero Europa tiene sus  razones, y no son las nuestras. Pero, más allá de las razones, siempre dialécticas y contraopinables, hay una fuerza irrefutable en la dignidad. Por eso el Primero de Octubre fue un hito global. Pero esta fuerza se enerva y se disipa con la pasión por ser amigo de todos.

"Escapar de la Gestapo"

Más que ensanchar la base haciéndonos cómplices de viles hermandades o aceptar una retirada honrosa para escapar de la Gestapo y volver a las manos de los oficiales pulidos, como el martes sugería el corresponsal del SüddeutscheZeitung, resistir exige hacer de Cataluña un país inhóspito al invasor. En todo caso, la única estrategia validada por la historia de las ocupaciones consiste en hacer el país inhóspito en lugar de acogedor. Acentuar la extrañeza y subrayar la anormalidad de la orden que lo rige sería un buen principio de resistencia, en lugar de mostrarnos satisfechos y agradecidos cuando alguien del país hermano nos adula diciéndonos que no somos tan excluyentes como nos pinta la propaganda y, prueba definitiva de que somos inocuos, hablamos en español con alegría y soltura de súbditos bien adiestrados.