Los abandonaron en una cueva. Cuando oyeron a los rescatistas, asomaron las cabecitas, pero cuando los querían coger se escondían. Uno que era más atrevido, con un poco de comida se dejó coger.
La cueva era profunda y les costó mucho poder sacarlos. Gritaban de miedo, eran tan pequeños que no conocían a ningún humano, se terrorizaban.
Arrastrándose y como podían lograron sacarlos a todos. Los llevaron al veterinario y estaban todos sanos. Tardaron poco en espabilarse. Cuando llegaron a la casa de acogida, no paraban de jugar con los otros perros.
Pronto encontraron buenas casas para crecer y recibir mucho cariño.